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Queridos hermanos y hermanas:
Este domingo —XXIV del tiempo ordinario— la Palabra de Dios nos interpela con dos cuestiones cruciales que resumirÃa asÃ: "¿Quién es para ti Jesús de Nazaret?". Y a continuación: "¿Tu fe se traduce en obras o no?". El primer interrogante lo encontramos en el Evangelio de hoy, cuando Jesús pregunta a sus discÃpulos: "Vosotros, ¿quién decÃs que soy yo?" (Mc 8, 29). La respuesta de Pedro es clara e inmediata: "Tú eres el Cristo", esto es, el MesÃas, el consagrado de Dios enviado a salvar a su pueblo. Asà pues, Pedro y los demás Apóstoles, a diferencia de la mayor parte de la gente, creen que Jesús no es sólo un gran maestro o un profeta, sino mucho más. Tienen fe: creen que en él está presente y actúa Dios. Inmediatamente después de esta profesión de fe, sin embargo, cuando Jesús por primera vez anuncia abiertamente que tendrá que padecer y morir, el propio Pedro se opone a la perspectiva de sufrimiento y de muerte. Entonces Jesús tiene que reprocharle con fuerza para hacerle comprender que no basta creer que él es Dios, sino que, impulsados por la caridad, es necesario seguirlo por su mismo camino, el de la cruz (cf. Mc 8, 31-33). Jesús no vino a enseñarnos una filosofÃa, sino a mostrarnos una senda; más aún, la senda que conduce a la vida.
Esta senda es el amor, que es la expresión de la verdadera fe. Si uno ama al prójimo con corazón puro y generoso, quiere decir que conoce verdaderamente a Dios. En cambio, si alguien dice que tiene fe, pero no ama a los hermanos, no es un verdadero creyente. Dios no habita en él. Lo afirma claramente Santiago en la segunda lectura de la misa de este domingo: "La fe, si no tiene obras, está realmente muerta" (St 2, 17). Al respecto me agrada citar un escrito de San Juan Crisóstomo, uno de los grandes Padres de la Iglesia que el calendario litúrgico nos invita hoy a recordar. Justamente comentando el pasaje citado de la carta de Santiago, escribe: "Uno puede incluso tener una recta fe en el Padre y en el Hijo, como en el EspÃritu Santo, pero si carece de una vida recta, su fe no le servirá para la salvación. Asà que cuando lees en el Evangelio: "Esta es la vida eterna: que te conozcan ti, el único Dios verdadero" (Jn 17, 3), no pienses que este versÃculo basta para salvarnos: se necesitan una vida y un comportamiento purÃsimos" (cit. en J.A. Cramer, Catenae graecorum Patrum in N.T., vol. VIII: In Epist. Cath. et Apoc., Oxford 1844).
Queridos amigos, mañana celebraremos la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, y al dÃa siguiente la Virgen de los Dolores. La Virgen MarÃa, que creyó en la Palabra del Señor, no perdió su fe en Dios cuando vio a su Hijo rechazado, ultrajado y crucificado. Antes bien, permaneció junto a Jesús, sufriendo y orando, hasta el final. Y vio el alba radiante de su Resurrección. Aprendamos de ella a testimoniar nuestra fe con una vida de humilde servicio, dispuestos a sufrir en carne propia por permanecer fieles al Evangelio de la caridad y de la verdad, seguros de que nada de cuanto hagamos se pierde.
En el Evangelio proclamado este domingo hemos escuchado a San Pedro hacer una especial profesión de fe en Jesús: "Tú eres el MesÃas". A lo que el Señor añade que su mesianismo y su misión redentora tienen que ir unidas al sacrificio de la cruz. Os invito hermanos a acoger con un corazón bien dispuesto el misterio pascual de Cristo, que nos une Ãntimamente a su Persona, en el amor desinteresado a los hermanos y en el servicio humilde a nuestro prójimo.
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