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S.S. Juan Pablo II, Mensaje S.S. Juan Pablo II en la clausura de la X Jornada Mundial de la Juventud, dado en Manila, 15 de enero de 1995.
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Abrid el Evangelio y descubrid que Cristo es vuestra alegría, la roca sobre la que vuestra debilidad se transforma en fuerza

Mensaje S.S. Juan Pablo II en la clausura de la X Jornada Mundial de la Juventud

Amados hermanos y hermanas en Cristo:

1. Estamos celebrando la misa del Santo Niño de Cebú, el niño Jesús, cuyo nacimiento en Belén la Iglesia acaba de conmemorar en Navidad. Belén significa el comienzo en la tierra de la misión que el Hijo recibió del Padre, la misión que es el centro de nuestras reflexiones durante esta Jornada Mundial de la Juventud. En la liturgia de hoy encontramos un magnífico comentario al tema de nuestro encuentro: «Como el Padre me envió, también yo os envío».

Isaías dice: «Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro» (Is 9,5). Este Niño ha venido del Padre como Príncipe de paz, y su venida ha traído al mundo la luz (cf. Jn 1,5). E1 profeta prosigue: «El pueblo que andaba a oscuras vio una luz grande. Una luz brilló sobre los que vivían en tierra de sombras. Acrecentaste el regocijo, hiciste grande la alegría» (Is 9,1-2). E1 feliz acontecimiento que el profeta anunció tuvo lugar en Belén; la Navidad que los cristianos celebran con gran alegría en todas partes: en Roma, en Filipinas, en todos los países de Asia y en el resto del mundo.

Amados hermanos y hermanas de la Iglesia en Filipinas; queridos jóvenes de la X Jornada Mundial de la Juventud aquí reunidos de diversos pueblos, lenguas, culturas, continentes e Iglesias locales: ¿Cuál es la razón más profunda de nuestra alegría común? La fuente más profunda de nuestra alegría es el hecho de que el Padre ha enviado a su Hijo para salvar el mundo. El Hijo carga con los pe

cados de la humanidad y, de este modo, nos redime y nos guía por el sendero que lleva a la unión con la Santísima Trinidad, con Dios. Esta es la fuente más profunda de nuestra alegría, de la alegría de todos nosotros, y también de mi alegría. Es mi alegría y vuestra alegría.

2. Cuando repetimos, en el salmo responsorial: «Aquí estoy, Señor, envíame», escuchamos un eco lejano de lo que el Hijo eterno dijo al Padre al venir al mundo: «He aquí que vengo a hacer, oh Dios, tu voluntad!» (Hb 10,7). «Aquí estoy, Padre, envíame». Cristo vino a cumplir la voluntad del Padre. E1 Padre tanto amó al mundo que dio a su Hijo único para la salvación de los hombres (cf. Jn 3,16). A su vez el Hijo tanto amó al Padre que hizo suyo el amor del Padre a la humanidad pecadora y necesitada. En este eterno diálogo entre el Padre y el Hijo, el Hijo manifestó su disponibilidad para venir al mundo a realizar, mediante su pasión y muerte, la redención de la humanidad.

El Evangelio de hoy es un comentario sobre cómo vivía Jesús la misión mesiánica. Nos muestra que, cuando Jesús tenía doce años

vosotros tenéis algún año más—quizá ya era consciente de su destino. Cansada por la larga búsqueda de su hijo, María le dijo: «Hijo, ¿por qué has hecho esto? Mira, tu Padre y yo, angustiados, te andábamos buscando». Y él respondió: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debo ocuparme de las cosas de mi Padre?» (Lc 2,48-49).

Esa conciencia se ahondó y creció en Jesús con el paso de los años, hasta que se manifestó con toda su fuerza cuando comenzó su predicación pública. El poder del Padre que actuaba en él se fue revelando poco a poco en sus palabras y en sus obras. Y se reveló de modo definitivo cuando se entregó completamente al Padre en la cruz. En Getsemaní, la víspera de su pasión, Jesús renovó su obediencia: «Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mí voluntad, sino la tuya» (Lc 22,42).

Permaneció fiel a lo que había dicho cuando tenía doce años: «Debo ocuparme de las cosas de mi Padre. Debo hacer su voluntad». Vosotros tenéis más de doce años y podéis comprenderlo.

3. «Aquí estoy, Señor, envíame». Aquí estoy, en Filipinas, o en cualquier parte. Con la mirada fila en Cristo, repetimos este versículo del salmo responsorial como una respuesta de la X Jornada Mundial de la Juventud a lo que el Señor dijo a los Apóstoles y que ahora nos dice a todos: «Como el Padre me envió, también yo os envío (Jn 20,21), porque estas palabras de Cristo no sólo se han convertido en el tema, sino también en la fuerza orientadora de esta magnifica reunión en Manila. Después de la meditación y de la vigilia de anoche, este sacrificio eucarístico consagra nuestra respuesta al Señor: en unión con él, en unión eucarística con él, todos juntos respondemos: «Envíame».

¿Qué significa esto? Significa que estamos dispuestos a hacer la parte que nos corresponde en la misión del Señor. Todo cristiano participa en la misión de Cristo de modo único y personal: los obispos, los sacerdotes y los diáconos participan en la misión de Cristo a través del ministerio ordenado; los religiosos y las religiosas mediante el amor esponsal que se manifiesta en la profesión de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia. Los seglares cristianos participan en la misión de Cristo: los padres y las madres de familia, los ancianos, los jóvenes y los niños; las personas sencillas y las cultas; los campesinos, los obreros, los ingenieros, los técnicos, los médicos, las enfermeras y el personal sanitario. La misión de Cristo la comparten también los profesores, los abogados y los políticos. Los escritores, las personas que trabajan en el teatro, en el cine y en los medios de comunicación social, los artistas, los músicos, los escultores y los pintores; los profesores universitarios, los científicos, los especialistas en cualquier campo, y las personas del mundo de la cultura. En la misión de Cristo una parte pertenece a vosotros, ciudadanos de Filipinas y pueblos del Extremo Oriente: chinos, japoneses, coreanos, vietnamitas, indios; cristianos de Australia, de Nueva Zelanda y del Pacífico; cristianos de Oriente Medio, de Europa, de Africa y de América. Todo bautizado tiene una parte en la misión de Jesucristo, en la Iglesia y por la Iglesia. Y esta participación en la misión de Cristo constituye la Iglesia. La Iglesia es la participación en la misión de Cristo.

4. En el IV centenario de su independencia eclesiástica y de la institución de la propia jerarquía, la Iglesia en Filipinas está llamada

a una profunda renovación. El segundo Concilio plenario filipino que se celebró en 1991, marcó ya las pautas de renovación. Ese Sínodo impulsó a la comunidad católica filipina a mirar más plenamente a Cristo y a encontrar en él su modelo e iluminación. El Sínodo exhortó a los seglares a desempeñar un papel más activo en el servicio de la Iglesia a la familia humana, que eleva y libera. El Documento final afirma: «Todos los fieles laicos están llamados a sanar y transformar la sociedad, a fin de preparar el orden temporal para el establecimiento final del Reino de Dios» (n. 435). Esto vale para vosotros, los jóvenes de Filipinas. Y vale también para todos nosotros: si una parte está haciendo algo en el ámbito de la Iglesia, toda la Iglesia participa. Vale también para nosotros, para mí, Obispo de Roma, para los Obispos europeos, africanos, americanos y para la gran peregrinación de jóvenes de los demás países y continentes. ¡Vale para nosotros! No es un asunto privado de la Iglesia filipina. Es algo que nos atañe a todos. Todos estamos implicados en lo que está haciendo una parte de la Iglesia, una Iglesia local. Res costra agitar (¿Entendéis el latín?).

5. En este compromiso de todo el pueblo de Dios, ¿cuál es el papel de los jóvenes para realizar la misión mesiánica de Cristo? ¿cuál es vuestra parte, vuestro papel? Ya hemos meditado en esto durante la Jornada Mundial de la Juventud y sobre todo en la vigilia de anoche. Se podría decir: han bailado, han cantado, pero han meditado. Ha sido una meditación creativa sobre el envío que han recibido de Cristo. La meditación también puede hacerse danzando y cantando, con la diversión. Y la de ayer fue una meditación muy agradable.

Ahora quisiera añadir un desafío y una llamada que conlleva la solución de un conflicto que ha originado inmensa frustración y sufrimiento en muchas familias de todo el mundo. Los padres y los ancianos a menudo sienten que han perdido el contacto con vosotros, y se inquietan, como se angustiaron María y José al darse cuenta de que Jesús se había quedado en Jerusalén. Muchos padres de edad avanzada se sienten abandonados por nuestra culpa ¿es verdad o no? No debería ser verdad. Debería suceder lo contrario. Pero a veces es verdad. Unas veces vosotros sois muy críticos con

respecto al mundo de los adultos—yo también era como vosotros—, y otras ellos son muy críticos con respecto a vosotros. Eso también es verdad; no es nada nuevo, y a menudo esas críticas tienen fundamento. Pero recordad siempre que debéis a vuestros padres la vida y la educación. Recordad la deuda que tenéis con vuestros padres. El cuarto mandamiento expresa de modo conciso los deberes de justicia hacia ellos (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2215). En la mayor parte de los casos se han encargado de vuestra formación aún a costa de sacrificios personales. Gracias a ellos habéis sido introducidos en la herencia cultural y social de vuestra comunidad y de vuestro país, de vuestra patria.

Vuestros padres han sido vuestros primeros maestros en la fe; tiene derecho a esperar de sus hijos e hijas los frutos maduros de sus esfuerzos, de la misma manera que los hijos y los jóvenes tienen derecho a esperar de sus padres el amor y la solicitud que los lleven a un sano desarropo. Todo eso lo pide el cuarto mandamiento, que es muy rico. Os sugiero que lo meditéis. Os pido que construyáis puentes de diálogo y comunicación con vuestros padres. Nada de espléndido aislamiento. ¡Comunicación! ¡Amor! Ejerced un influjo positivo en la sociedad, ayudándola a derribar las barreras que se han levantado entre las generaciones. Nada de barreras. Comunión entre las generaciones, entre padres e hijos. ¡Comunión! En este clima Jesús puede decir: «Yo os envío». Todo comienza en la propia familia, cuando Jesús dice por primera vez: «Yo os envío». Y a los padres les dice: «Yo envío a vuestro hijo. Yo envío a vuestra hija. Les digo: seguidme». Todo esto exige el ambiente adecuado, una imagen completa de la vida social en Filipinas y en todas partes. También en este ambiente espiritual tiene lugar nuestro envío.

«Como el Padre me envío—dice Cristo—, también yo os envío».

¿Por qué tantos jóvenes piensan que son libres liberándose de todo control y todo principio de responsabilidad? ¿Por qué tantos piensan que ciertas maneras de actuar son lícitas moralmente por el hecho de ser aceptadas socialmente? Abusan del hermoso don de la sexualidad; abusan de bebidas y drogas, pensando que ese comportamiento es correcto porque algunos sectores de la sociedad lo toleran.

Abandonan las normas morales objetivas ante esas mismas presiones y por el influjo invasor de modas y tendencias promovidas

por la publicidad de los medios de comunicación. Millones de jóvenes en todo el mundo están cayendo en formas de esclavitud moral, sutiles pero reales. Vosotros comprendéis lo que quiere decir Jesús cuando afirma: Os envío a afrontar esta situación entre vuestros hermanos y hermanas, entre los demás jóvenes.

6. Amadísimos hermanos y hermanas, construid vuestra vida según el único modelo que no os defraudará. Os invito a abrir el evangelio y a descubrir que Jesucristo quiere ser vuestro «amigo» (cf. Jn 15,14). Quiere ser vuestro «compañero» en cada etapa de la vida (cf. Lc 24,13-35). Quiere ser el «camino», vuestro sendero a través de las angustias, las dudas, las esperanzas y los sueños de felicidad (cf. Jn 14,6). El es la verdad que da sentido a vuestros esfuerzos y a vuestras luchas. Quiere daros la «vida», como dio nueva vida al joven de Naim (cf. Lc 7,11-17) y dio un futuro completamente nuevo a Zaqueo, que estaba muerto en su espíritu por la ambición y la avaricia (cf. Lc 19,1-10). El es vuestra «resurrección», vuestra victoria sobre el pecado y la muerte, la realización de vuestro deseo de vivir para siempre (cf. Jn 11,25). Por eso, él será vuestra «alegría», la «roca» sobre la que vuestra debilidad se transformará en fuerza y optimismo. El es nuestra salvación, nuestra esperanza, nuestra felicidad y nuestra paz. ¡Cristo, Cristo, Cristo!

Cuando Cristo se convierta en todo esto para vosotros, la Iglesia tendrá motivos sólidos para esperar en el futuro. Porque de vosotros dependerá el tercer milenio, que a veces se nos presenta como una maravillosa nueva época para la humanidad, pero que despierta también muchos miedos y angustias. Os dice esto una persona que ha vivido durante gran parte del siglo XX que está a punto de terminar. En este siglo han acaecido muchos sucesos tristes y destructivos, pero al mismo tiempo hemos vivido muchas cosas positivas que justifican nuestra esperanza y nuestro optimismo. El futuro depende de vuestra madurez. La Iglesia mira al futuro con confianza cuando escucha de vuestros labios la misma respuesta que Jesús dio a María y a José cuando lo encontraron en el templo: «¿No sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?» (Lc 2,49). Dio la misma respuesta que vosotros, ¡la misma!

7. Queridos jóvenes, la X Jornada Mundial de la Juventud está a punto de concluir. Si aplaudís, quiere decir que hay todavía motivos para ser aplaudido. Es una buena señal: significa que estáis pensando, reflexionando. Admiro la gracia de nuestro Señor que está en vuestra reflexión, y también en vuestro aplauso. Por eso el Papa no hace sólo un discurso. Está entablando un diálogo. Habla y escucha; escucha y vosotros habláis. Y lo que decís es tal vez lo más importante. Además, vosotros habláis aplaudiendo. Hoy ya vamos con retraso. Pero esta Jornada no debería terminar. Debería continuar siempre.

Es tiempo de comprometeros más plenamente en seguir a Cristo en el cumplimiento de su misión salvífica. Toda forma de apostolado y todo tipo de servicio deben tener su fuente en Cristo. Cuando os dice: «Como el Padre me envío, también yo os envío» (Jn 20,21), os hace capaces de cumplir esta misión. En cierto sentido se divide con vosotros. Es lo mismo que dice san Pablo: Dios nos ha elegido en Cristo antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, para estar Menos de amor; así mismo nos ha elegido de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo (cf. Ef 1,4-5). Precisamente en virtud de la gracia de ser hijos adoptivos de Dios podemos cumplir la misión que nos ha confiado Cristo. Debemos irnos del Luneta Park con una mayor conciencia de este hecho extraordinario.

«Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre» (He 13,8). Si aceptáis su causa y la misión que os confía, toda la familia humana y la Iglesia en el mundo entero podrán mirar al tercer milenio con esperanza y confianza. Queridos jóvenes de Filipinas, de Asia, del Extremo Oriente y del mundo entero, sed signo de esperanza para la Iglesia, para vuestros países y para toda la humanidad. ¡Sed un signo de esperanza! Que vuestra luz se difunda desde Manila hasta los rincones más alejados del mundo, como la «gran luz» que brilló en la noche de Belén. Sed hijos e hijas de la luz.

8. Querido pueblo de Dios que estás en Filipinas, con el poder del Espíritu Santo, sigue renovando la faz de la tierra: en primer lugar en tu mundo, en tus familias, tus comunidades y en la nación a la que perteneces y amas; después, en el vasto territorio de Asia,

con respecto al cual la Iglesia de Filipinas tiene una responsabilidad especial ante el Señor. Vosotros, jóvenes filipinos, tenéis una responsabilidad especial ante el Señor por lo que atañe a Asia.

Y todos vosotros, no sólo los filipinos, tenéis la misma responsabilidad ante el Señor y ante el resto del mundo: tenéis que trabajar por la fe para la renovación de toda la creación de Dios (cf. Actas y decretos del segundo Concilio plenario filipino, n. 7).

¡Esta es vuestra responsabilidad, vuestra llamada, en todas partes: en Europa, en Africa, en América del norte y del sur, en Australia, en todas partes!

Dios, que comenzó esta obra en el pueblo filipino hace cuatrocientos años, y en los otros hace muchos siglos, en unos más y en otros menos, la lleve a término en el día de nuestro Señor Jesucristo.

Esta es mi conclusión y mi profundo deseo para todos vosotros; conclusión en el día de nuestro Señor Jesucristo.

Oracion del Angelus Domini

Antes de recitar la oración mariana, el Santo Padre ha dicho:

Al final de la celebración eucarística nos dirigimos con amor a la bienaventurada Virgen María y nos disponemos a recitar la oración del Angelus. María es el modelo de todos los que han puesto su fe en Dios, confiados en que se cumplirán las promesas hechas por el Señor (cf. Lc 1,45). Antes de morir en la cruz, Cristo encomendó su madre a sus discípulos, para que fuese también la madre de ellos (cf. Jn 19,27).

María, Madre de la Iglesia; María, Madre de la Iglesia de los jóvenes, tú estabas orando en el cenáculo con los discípulos de tu Hijo cuando el Espíritu Santo descendió en forma de lenguas de fuego. Ruega por nosotros, para que la llama del amor de Dios se reavive en nuestro corazón y en el corazón de los jóvenes de todo el mundo.

Virgen llena de gracia, inmaculada desde el primer momento de tu existencia, ahora participas plenamente en el gozo del cielo. Vela por los jóvenes aquí reunidos y por todos los que están unidos a

nosotros en la comunión del cuerpo de Cristo. Ruega para que estos jóvenes acepten con valentía la tarea que Cristo, tu Hijo, les confía cuando les dice: «Como el Padre me envió, también yo os envío».

María, Reina de los Apóstoles, tú velas por todos los que tu Hijo envía a ser sus mensajeros hasta los confines del mundo. Impulsa a todos los jóvenes a ser testigos celosos del mensaje de salvación del Evangelio. Que, con tu ayuda, compartan con los demás la nueva vida que brotó de la cruz de Cristo, la esperanza que consaela todo corazón, y la fuerza que otorga la victoria final sobre el pecado y la muerte.

Hoy deseo anunciar que la próxima Jornada Mundial de la Juventud se celebrará en París, Francia, en el verano de 1997.

María el nuevo adviento, te encomendamos la preparación de ese próximo encuentro jubiloso en el corazón de Europa.

A ti, santa Madre de Dios, elevamos ahora nuestra oración.

* * *

Al inicio de la celebración, el Cardenal Sin, Arzobispo de Manila, saludó al Santo Padre con las siguientes palabras:

Santidad:

En nombre de los jóvenes del mundo le digo: «¡Mabuhay!».

Mire a su alrededor y observe los millones de jóvenes listos para responder a la Llamada de Jesús y para difundir la Buena Noticia en el mundo. Usted ha venido entre nosotros como enviado del Padre. Y nosotros estamos aquí, preparados para ser enviados por usted para anunciar al mundo el amor de Dios.

Santidad, mire a lo lejos y observe a los jóvenes del mundo que le dicen: «Papa Juan Pablo II, te queremos».

Este es un día hermoso, el día más bonito del año, el día más bello de nuestra vida, porque usted está con nosotros.

Mire a lo lejos y vea a Cristo en el corazón de los millones de personas aquí presentes que tanto aman a Jesús y a su Vicario.

¡Qué hermoso estar aquí!

¡Qué hermoso que usted esté aquí con nosotros!

Juan Pablo II, «Kami'y iyong yo!

¡Mabuhay!

Después del Angelus, el Cardenal Eduardo F. Pironio, Presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, le dio las gracias al Santo Padre:

Querido Santo Padre:

Nos toca despedirnos otra vez. ¡Cómo nos cuesta! Cuántas ganas de repetir como san Pedro, el primer Papa: «Señor, ¡qué bien estamos aquí!» (Mt 17,4).

A nosotros nos bastaría una sola carpa: para usted, Santo Padre. Nosotros seguiríamos velando—aunque a voces nos durmamos—en la noche, en la mañana y en la tarde. Pero tenemos que partir: usted porque «todos te andan buscando a, como a Jesús, y usted debe responder: «vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he venido» (cf. Mc 1,35-38). Tendrá que ir Llevando el Evangelio de la paz y de la esperanza a Papúa Nueva Guinea, a Australia, a Sri Lanka. Nosotros también tenemos que bajar del monte de la Transfiguración a lo cotidiano de nuestra vida, de nuestra misión, de nuestra historia:

— llevando el mandato misionero que nos ha confiado: «Como el Padre me envío, también yo os envío»;

— marcados por el signo de la esperanza: «No tengan miedo. Soy yo» (Jn 6,20);

— con la seguridad de que usted, donde quiera que éste en Roma, en Buenos Aires, en Santiago de Compostela, en Czestochowa, en Denver, en Manila—seguirá con nosotros hasta el final.

Gracias, Santo Padre, por habernos convocado en Manila para darnos de nuevo un mandato misionero.

Gracias a ustedes—obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas—por habernos acompañado y enseñado el camino de la misión, de la comunión y de la esperanza.

Gracias a todos ustedes, queridos jóvenes, porque han dicho que Sí al Señor—como María—y ahora se ponen en camino, después de haberse comprometido a ser testigos del amor, sembradores de la esperanza y artífices de la paz.

Y que la Virgen de; camino y la misión nos acompañe y sonría maternalmente a todos.

El hasta la vista del Papa a los jóvenes del mundo

Antes de despedirse de la extraordinaria asamblea, Juan Pablo 11 dio las

gracias y saludó en varias lenguas a todos los jóvenes reunidos en Manila:

Mis queridos amigos:

La X Jornada mundial de la juventud se acerca a su fin, y debemos despedirnos hasta la próxima vez. Deseo dar las gracias a todos los que han hecho posible este gran encuentro: a los generosos ciudadanos de Manila, que nos han hospedado y atendido durante estos días, a la policía, a los bomberos, al personal médico, y a los operadores de radio y televisión.

Todos expresamos nuestro agradecimiento al cardenal Sin, arzobispo de Manila, y a todos los voluntarios que han puesto tanto empeño para el éxito de este acontecimiento.

Una palabra especial de agradecimiento es para el cardenal Pironio y el Consejo Pontificio para los Laicos, por todo el trabajo que realizan para organizar las Jornadas Mundiales de la Juventud.

Doy las gracias al cardenal Vidal y a Mons. Morelos, presidente de la Conferencia episcopal, así como a toda la ¡erarquía filipina, y a todos los cardenales y obispos que han venido de otras partes del mundo. Cada vez son más numerosos. ¡Buena señal!

Deseo también dirigir unas cordiales palabras de agradecimiento al presidente Ramos y a los miembros del Gobierno, y al alcalde de Manila y sus colaboradores.

Sobre todo, deseo daros las gracias a vosotros, los jóvenes, chicos y chicas. Vuestro compromiso con Cristo y con la Iglesia es una fuente de esperanza para todos nosotros, y un desafío para vuestros responsables y vuestros obispos, para que os acompañen de cerca y colaboren con vosotros para lograr una comunidad cristiana cada vez más viva y un mundo mejor.

Francés:

Que Dios os bendiga y vele sobre vosotros mientras volvéis a casa. Saludad de mi parte a vuestras familias y amigos. Decidles

que espero encontrarme con ellos con motivo de la próxima Jornada Mundial de la Juventud en París. ¡Hasta la vista!

Español:

A los jóvenes de lengua española, provenientes de España y de América: deseo daros las gracias por vuestra viva participación en esta Jornada. Tenía que ser muy viva, porque esto es propio del carácter nacional de las personas de lengua española, y también de los filipinos. Ahora os toca a vosotros llevar el mensaje de Cristo a vuestras casas, a vuestros compañeros de estudios y de trabajo. Permaneced fieles a la palabra que Jesucristo os ha dado y a la palabra que cada uno habéis dado al Señor. Que encontréis siempre luz y alegría en su mensaje de salvación y de vida. Hasta el próximo encuentro!

Italiano:

Queridos jóvenes italianos: el Señor os envía para que seáis sus apóstoles entre vuestros coetáneos. Sois herederos de un patrimonio de fe muy rico. Haced lo posible para que vuestra sociedad redescubra el sentido de la auténtica fraternidad y de la solidaridad, el sentido del servicio orientado al bien común, el sentido del amor que se transforma en don personal a Dios y al prójimo. ¡Sed fieles a Cristo y al Evangelio! ¡Nos veremos en Roma!

Alemán:

Sed siempre conscientes de la fuerza de la oración, que cada vez nos une más a Dios y a los hombres. Haced de la oración un don para vosotros mismos y para los demás. Adiós, ¡nos veremos en Alemania y en Holanda!

A los jóvenes provenientes de Irlanda y de Sarayevo:

También saludo a los jóvenes que han venido desde Irlanda.

De todos los mensajes que he recibido, hay uno que quisiera

recordar: el de los jóvenes de Sarajevo que ofrecen su sufrimiento por la Jornada Mundial de la Juventud. Pidamos por ellos.

Polaco:

Sois testigos elocuentes de la libertad que Cristo nos da. Utilizad con valentía sus dones para construir un mundo de verdadera solidaridad y de paz.

Ruso:

Dejaos guiar por un conocimiento cada vez más profundo del amor de Cristo. Dejad que su amor os haga fuertes para que, por medio vuestro, El pueda alcanzar e iluminar a los demás.

Coreano:

Todos somos hijos de Dios, hermanos y hermanas en el único Señor. Que vuestra vida de fe os haga cada vez más conscientes de esto, no sólo en vosotros mismos, sino en todos aquellos a quienes encontráis.

Vietnamita:

La victoria de la Cruz de Cristo demuestra que la vida es más fuerte que la muerte, la gracia más fuerte que el pecado. Caminad siempre en la luz y en la gloria del Señor resucitado.

Chino:

Se os ha anunciado y habéis creído que Cristo es el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Que vuestra vida cotidiana pueda profesar, con las palabras y las obras, vuestra fe en Cristo.

Japonés:

Jesús está siempre con nosotros. Sed los mensajeros del amor y de la paz que él trae a nuestro mundo.

Filipino:

Finalmente el filipino, el tagalo.

Cristo os envía, así como él fue enviado. Os doy las gracias porque escucháis su Palabra y os exhorto a ser apóstoles del Evangelio y constructores del Reino de Dios en vuestras familias, parroquias, vuestros grupos y en todos los ámbitos de la vida de Filipinas. Sed fuertes en la fe y en el amor.

¡Mabuhay ang Filipinas! Mabuhay ang Filipinas! Mabuhay ang Filipinas!

Inglés:

Dirijo un saludo particular al gran grupo de jóvenes procedentes de Estados Unidos. En cierto sentido estáis devolviéndonos la visita que os hicimos en Denver con ocasión de la VIII Jornada mundial de la juventud.

Hace dos años, en Denver, meditamos en la nueva vida que vino a nuestro mundo por medio de Jesucristo, Hijo de Dios y Señor de la historia. Este año, aquí en Manila, hemos reflexionado sobre cómo esta nueva vida, recibida en el bautismo exige que nos transformemos en discípulos de Cristo, apóstoles de su Evangelio siendo testigos de nuestra fe. Es una continuación.

¡Mabuhay Denver! ¡Mabuhay Manila! ¡Mabuhay París!

Dentro de dos años, en 1997, iremos juntos a París (Francia), para seguir reflexionando en las palabras que Dios nos ha dirigido. Que el Espíritu Santo guie nuestros pasos hasta esa etapa de nuestra peregrinación. ¡Hasta la vista!

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