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Sala Capitular del Sacro Convento. Visita Pastoral de Su Santidad Benedicto XVI a AsÃs con ocasión del VIII Centenario de la Conversión de San Francisco
Queridas hermanas:
Cuando monseñor Sorrentino y yo planeábamos esta visita, dije inmediatamente: "Debo encontrarme con las Capuchinas de Baviera, las Capuchinas alemanas". Para mà forman parte profundamente de AsÃs y conservo muchos recuerdos gratos de los encuentros que he tenido con ellas en su casa, antes y después del terremoto; para mà una visita a AsÃs sin un encuentro con las Capuchinas alemanas serÃa una experiencia incompleta de AsÃs.
Por eso, me alegra que estemos aquà juntos, casi como si estuviéramos en vuestro convento. Agradezco y me alegra mucho que la Providencia haya querido que, hace siglos, se fundara este convento, que siga viviendo, que de Alemania, y especialmente de Baviera, sigan llegando muchachas jóvenes para recorrer, en comunión con san Francisco, el camino del Señor: un camino de pobreza, castidad, obediencia, y sobre todo un camino de amor a Cristo y a su Iglesia.
Sé que oráis mucho por mà y por toda la Iglesia. Saber que detrás de mà hay muchas personas que oran, muchas queridas religiosas que oran y sostienen mi actividad desde dentro, constituye para mà un consuelo constante. Por eso, siento la necesidad de agradecer su oración.
Este año celebramos la conversión de san Francisco. Sabemos que siempre tenemos necesidad de conversión. Sabemos que toda la vida es una ascensión, a menudo fatigosa pero siempre hermosa, de sucesivas conversiones. Sabemos que, de este modo, dÃa tras dÃa, nos acercamos cada vez más al Señor.
San Francisco nos muestra también que en su vida, desde su primer encuentro profundo con el Crucifijo de San Damián, progresó cada vez más en la comunión con Cristo, hasta llegar a ser uno con él recibiendo los estigmas. Por eso buscamos, por eso luchamos: para escuchar cada vez mejor su voz, para que su voz penetre cada vez más en nuestro corazón, para que modele cada vez más nuestra vida, de forma que lleguemos a ser desde dentro semejantes a él y la Iglesia sea viva en nosotros.
Del mismo modo que MarÃa era una Iglesia viva, asà vosotras, orando, creyendo, esperando y amando os transformáis en Iglesia viva y de este modo llegáis a ser una sola cosa con el único Señor. Gracias por todo. Agradezco verdaderamente al Señor que hayamos podido encontrarnos. Tenemos un pequeño regalo —naturalmente, os agradezco las flores—. Hemos traÃdo una imagen de la Virgen, que recordará esta visita, durante la cual nos hemos encontrado.
Creo que puedo escuchar todavÃa otro canto (en este momento las monjas cantan de nuevo). Gracias. Es un canto que entonábamos a menudo en el seminario de Traunstein y que me recuerda mi juventud, haciéndome sentir una gran alegrÃa por el Señor y por la Madre de Dios, que, ahora como entonces, llevamos en nuestro corazón.
Ahora os imparto mi bendición.
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