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Queridos hermanos y hermanas:
Acabo de volver del centro penitenciario de menores de Casal del Marmo, en Roma, que fui a visitar en este cuarto domingo de Cuaresma, llamado en latÃn domingo "Laetare", es decir, "Alégrate", por la primera palabra de la antÃfona de entrada de la liturgia de la misa. Hoy la liturgia nos invita a alegrarnos porque se acerca la Pascua, el dÃa de la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. Pero, ¿dónde se encuentra el manantial de la alegrÃa cristiana sino en la EucaristÃa, que Cristo nos ha dejado como alimento espiritual, mientras somos peregrinos en esta tierra? La EucaristÃa alimenta en los creyentes de todas las épocas la alegrÃa profunda, que está Ãntimamente relacionada con el amor y la paz, y que tiene su origen en la comunión con Dios y con los hermanos.
El martes pasado se presentó la exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis, que tiene como tema precisamente la EucaristÃa, fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia. La elaboré recogiendo los frutos de la XI Asamblea general del SÃnodo de los obispos, que se celebró en el Vaticano en octubre de 2005. Espero volver a reflexionar sobre este importante texto, pero ya desde ahora deseo subrayar que es expresión de la fe de la Iglesia universal en el misterio eucarÃstico, y está en continuidad con el concilio Vaticano II y el magisterio de mis venerados predecesores Pablo VI y Juan Pablo II.
En este documento quise poner de relieve, entre otras cosas, su vÃnculo con la encÃclica Deus caritas est: por eso elegà como tÃtulo Sacramentum caritatis, retomando una hermosa definición de la EucaristÃa de santo Tomás de Aquino (cf. Summa Theol., III, q. 73, a. 3, ad 3), "Sacramento de la caridad". SÃ, en la EucaristÃa Cristo quiso darnos su amor, que lo impulsó a ofrecer en la cruz su vida por nosotros.
En la última Cena, al lavar los pies a sus discÃpulos, Jesús nos dejó el mandamiento del amor: "Como yo os he amado, asà amaos también vosotros los unos a los otros" (Jn 13, 34). Pero, dado que esto sólo es posible permaneciendo unidos a él, como sarmientos a la vid (cf. Jn 15, 1-8), decidió quedarse él mismo entre nosotros en la EucaristÃa, para que nosotros pudiéramos permanecer en él. Por tanto, cuando nos alimentamos con fe de su Cuerpo y de su Sangre, su amor pasa a nosotros y nos capacita para dar, también nosotros, la vida por nuestros hermanos (cf. 1 Jn 3, 16) y no vivir para nosotros mismos. De aquà brota la alegrÃa cristiana, la alegrÃa del amor y de ser amados.
"Mujer eucarÃstica" por excelencia es MarÃa, obra maestra de la gracia divina: el amor de Dios la hizo inmaculada "en su presencia, en el amor" (cf. Ef 1, 4). Junto a ella, para custodiar al Redentor, Dios puso a san José, cuya solemnidad litúrgica celebraremos mañana. Invoco en particular a este gran santo, mi patrono, para que creyendo, celebrando y viviendo con fe el misterio eucarÃstico, el pueblo de Dios sea colmado del amor de Cristo y difunda sus frutos de alegrÃa y paz a toda la humanidad.
Después del Ãngelus
Saludo a los peregrinos de lengua española, especialmente a los de la parroquia Virgen de la Paloma, de Madrid. En este tiempo de Cuaresma os invito de modo particular a abrir vuestros corazones al amor de Jesucristo presente en la EucaristÃa. Por ello, como he dicho en la reciente exhortación apostólica Sacramentum caritatis, os aliento a participar gozosamente en la misa dominical, fuente de la libertad auténtica de los hijos de Dios. ¡Feliz domingo!
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