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Catequesis de su S.S. Juan Pablo II en la audiencia general de los miércoles
1. La revelación del EspÃritu Santo como persona distinta del Padre y del Hijo, vislumbrada en el Antiguo Testamento, se hace clara y explÃcita en el Nuevo.
Es verdad que los escritos neotestamentarios no nos brindan una enseñanza sistemática sobre el EspÃritu Santo. Sin embargo, recogiendo los numerosos datos presentes en los escritos de san Lucas, san Pablo y san Juan, se puede apreciar la convergencia de estos tres grandes filones de la revelación neotestamentaria sobre el EspÃritu Santo.
2. El evangelista san Lucas, con respecto a los otros dos sinópticos, nos presenta una pneumatologÃa mucho más desarrollada.
En el evangelio quiere mostrar que Jesús es el único que posee en plenitud el EspÃritu Santo. Ciertamente, el EspÃritu actúa también en Isabel, ZacarÃas, Juan Bautista y, especialmente, en la Virgen MarÃa, pero sólo Jesús, a lo largo de toda su existencia terrena, posee plenamente el EspÃritu de Dios. Es concebido por obra del EspÃritu Santo (cf. Lc 1, 35). De él dirá el Bautista: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo (...). Él os bautizará en EspÃritu Santo y fuego» (Lc 3, 16).
Jesús mismo, antes de bautizar en EspÃritu Santo y fuego, es bautizado en el Jordán, cuando baja «sobre él el EspÃritu Santo en forma corporal, como una paloma» (Lc 3, 22). San Lucas subraya que Jesús no sólo va al desierto «llevado por el EspÃritu», sino que va «lleno de EspÃritu Santo» (Lc 4, 1), y allà obtiene la victoria sobre el tentador. Emprende su misión «con la fuerza del EspÃritu Santo» (Lc 4, 14). En la sinagoga de Nazaret, cuando comienza oficialmente su misión, Jesús se aplica a sà mismo la profecÃa del libro de IsaÃas (cf. Is 61, 1-2): «El EspÃritu del Señor está sobre mÃ, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la buena nueva…» (Lc 4, 18). AsÃ, toda la actividad evangelizadora de Jesús se realiza bajo la acción del EspÃritu.
Este mismo EspÃritu sostendrá la misión evangelizadora de la Iglesia, según la promesa del Resucitado a sus discÃpulos: «Voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto» (Lc 24, 49). Según el libro de los Hechos, la promesa se cumple el dÃa de Pentecostés: «Quedaron todos llenos del EspÃritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el EspÃritu les concedÃa expresarse» (Hch 2, 4). Asà se realiza la profecÃa de Joel: «En los últimos dÃas —dice Dios—, derramaré mi EspÃritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas» (Hch 2, 17). San Lucas considera a los Apóstoles como representantes del pueblo de Dios de los tiempos finales, y subraya con razón que este EspÃritu de profecÃa se derrama en todo el pueblo de Dios.
3. San Pablo a su vez, pone de relieve la dimensión renovadora y escatológica de la acción del EspÃritu, que se presenta como la fuente de la vida nueva y eterna comunicada por Jesús a su Iglesia.
En la primera carta a los Corintios leemos que Cristo, nuevo Adán, en virtud de la resurrección, se convirtió en «EspÃritu que da vida» (1 Co 15, 45), es decir, se transformó por la fuerza vital del EspÃritu de Dios hasta llegar a ser, a su vez, principio de vida nueva para los creyentes. Cristo comunica esta vida precisamente a través de la efusión del EspÃritu Santo.
La vida de los creyentes ya no es una vida de esclavos bajo la Ley, sino una vida de hijos, pues han recibido en su corazón al EspÃritu del Hijo y pueden exclamar: ¡Abbá, Padre! (cf. Ga 4, 5-7; Rm 8, 14-16). Es una vida «en Cristo» es decir, de pertenencia exclusiva a él y de incorporación a la Iglesia. «En un solo EspÃritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo» (1 Co 12, 13). El EspÃritu Santo suscita la fe (cf. 1 Co 12, 3), derrama en los corazones la caridad (cf. Rm 5, 5) y guÃa la oración de los cristianos (cf. Rm 8, 26).
El EspÃritu Santo, en cuanto principio de un nuevo ser, suscita en el creyente también un nuevo dinamismo operativo: «Si vivimos según el EspÃritu, obremos también según el EspÃritu» (Ga 5, 25). Esta nueva vida se contrapone a la de la «carne», cuyos deseos no agradan a Dios y encierran a la persona en la cárcel asfixiante del yo replegado sobre sà mismo (cf. Rm 8, 5-9). En cambio, el cristiano, al abrirse al amor donado por el EspÃritu Santo, puede gustar los frutos del EspÃritu: amor, alegrÃa, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad... (cf. Ga 5, 16-24).
Con todo, según san Pablo, ahora sólo poseemos una «prenda» o las primicias del EspÃritu (cf. Rm 8, 23; 2 Co 5, 5). En la resurrección final, el EspÃritu completará su obra de arte, realizando en los creyentes la plena espiritualización de su cuerpo (cf. 1 Co 15, 43-44) e incluyendo, de alguna manera, en la salvación al universo entero (cf. Rm 8, 20-22).
4. En la perspectiva de san Juan el EspÃritu es, sobre todo, el EspÃritu de la verdad, el Paráclito.
Jesús anuncia el don del EspÃritu en el momento de concluir su misión terrena: «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el EspÃritu de la verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mÃ. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio» (Jn 15, 26-27). Y, precisando aún más la misión del EspÃritu, Jesús añade: «Os guiará hasta la verdad plena; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir. El me dará gloria. Porque recibirá de lo mÃo y os lo anunciará» (Jn 16, 13-14). Asà pues el EspÃritu no traerá una nueva revelación, sino que guiará a los fieles hacia una interiorización y hacia una penetración más profunda en la verdad revelada por Jesús.
¿En qué sentido el EspÃritu de la verdad es llamado Paráclito? Teniendo presente la perspectiva de san Juan, que ve el proceso a Jesús como un proceso que continúa en los discÃpulos perseguidos por su nombre, el Paráclito es quien defiende la causa de Jesús, convenciendo al mundo «en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio» (Jn 16, 7 ss). El pecado fundamental del que el Paráclito convencerá al mundo es el de no haber creÃdo en Cristo. La justicia que señala es la que el Padre ha hecho a su Hijo crucificado, glorificándolo con la resurrección y ascensión al cielo. El juicio, en este contexto, consiste en poner de manifiesto la culpa de cuantos, dominados por Satanás, prÃncipe de este mundo (cf. Jn 16, 11), han rechazado a Cristo (cf. Dominum et vivificantem, 27). Por consiguiente, el EspÃritu Santo, con su asistencia interior, es el defensor y el abogado de la causa de Cristo, el que orienta las mentes y los corazones de los discÃpulos hacia la plena adhesión a la «verdad» de Jesús.
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