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6 de enero de 1998
1. «Surge, illuminare, Ierusalem, quia venit lumen tuum» (Is 60, 1).
Jerusalén, acoge la Luz. Acoge a Aquel que es la Luz: «Dios de Dios, Luz de Luz (...) engendrado no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del EspÃritu Santo se encarnó de MarÃa, la Virgen, y se hizo hombre» (Credo). Jerusalén, acoge esta Luz.
Esta «luz brilla en las tinieblas» (Jn 1, 5) y los hombres la ven ya desde lejos. Han comenzado un viaje. Siguiendo la estrella van hacia esta Luz que se ha manifestado en Cristo. Avanzan, buscan el camino, Preguntan. Llenan a la corte de Herodes. Preguntan dónde ha nacido el rey de los judÃos: «Vimos su estrella (...) y hemos venido a adorarlo» (Mt 2, 2).
2. Jerusalén, protege tu Luz. El niño que ha nacido en Belén se encuentra en peligro. Herodes, al oÃr que habÃa nacido un rey, busca inmediatamente la manera de eliminar al que considera un rival para el trono. Pero Jesús es salvado de esa amenaza y, con su familia, huye a Egipto, lejos de la mano homicida del rey. Luego regresará a Nazaret y a los treinta años comenzará a enseñar. Entonces todos conocerán que la Luz ha venido al mundo y también se verá que «los suyos no la acogieron» (Jn 1, 11).
Jerusalén, no has defendido la Luz del mundo. Has preparado a Cristo una muerte ignominiosa. Ha sido crucificado y luego descolgado de la cruz y depositado en el sepulcro. Después del ocaso, permaneció en el Gólgota el patibulum crucis. Jerusalén, no has defendido tu Luz. «La luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la acogieron» (Jn 1, 5). Sin embargo, al tercer dÃa Cristo resucitó. Las tinieblas de la muerte no lo detuvieron.
Surge, illuminare, Ierusalem. Jerusalén, levántate, junto con Aquel que ha regresado del sepulcro. Acoge al Rey resucitado, que ha venido a anunciar el reino de Dios y lo ha fundado sobre la tierra de modo admirable.
3. Jerusalén, comparte tu Luz. Comparte con todos los hombres esta Luz que brilla en las tinieblas. Dirige a todos la invitación; sé para la humanidad entera la estrella que le señala el camino hacia un nuevo milenio cristiano, como en otro tiempo guió a los tres Magos de Oriente al portal de Belén. Invita a todos a que caminen «los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora» (Is 60, 3). Comparte la Luz. Comparte con todos los hombres, con todas las naciones de la tierra, la Luz que ha brillado en ti.
4. Jerusalén, ha llegado el dÃa de tu epifanÃa. Los Magos de Oriente, que fueron los primeros en reconocer tu Luz, te ofrecen a ti, Redentor del mundo, sus dones. Te los presentan a ti, que eres Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre; a ti, por quien todo fue hecho, a ti, que te hiciste hombre por obra del EspÃritu Santo, asumiendo el cuerpo de MarÃa, la Virgen.
Los ojos de los Magos te vieron precisamente a ti. Y ahora te ven nuestros ojos mientras contemplan el mysterium de la santa EpifanÃa.
«Surge, illuminare Ierusalem, quia venit lumen tuum» (Is 60, 1).
Amén.
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