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17 de junio de 1998
1. En la última cena Jesús dijo a los Apóstoles: «Os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré» (Jn 16, 7). La tarde del dÃa de Pascua, Jesús cumplió su promesa: se apareció a los Once, reunidos en el cenáculo, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el EspÃritu Santo» (Jn 20, 22). Cincuenta dÃas después, en Pentecostés, tuvo lugar «la manifestación definitiva de lo que se habÃa realizado en el cenáculo el domingo de Pascua» (Dominum et vivificantem, 25). El libro de los Hechos de los Apóstoles nos ha conservado la descripción del acontecimiento (cf. Hch 2,14).
Reflexionando sobre ese texto, podemos descubrir algunos rasgos de la misteriosa identidad del EspÃritu Santo.
2. Es importante, ante todo, tener presente la relación que existe entre la fiesta judÃa de Pentecostés y el primer Pentecostés cristiano.
Al inicio, Pentecostés era la fiesta de las siete semanas (cf. Tb 2, 1), la fiesta de la siega (cf. Ex 23, 16), cuando se ofrecÃa a Dios las primicias del trigo (cf. Nm 28, 26; Dt 16, 9). Sucesivamente, la fiesta cobró un significado nuevo: se convirtió en la fiesta de la alianza que Dios selló con su pueblo en el SinaÃ, cuando dio a Israel su ley.
San Lucas narra el acontecimiento de Pentecostés como una teofanÃa, una manifestación de Dios análoga a la del monte Sinaà (cf. Ex 19, 16-25): fuerte ruido, viento impetuoso y lenguas de fuego. El mensaje es claro: Pentecostés es el nuevo SinaÃ, el EspÃritu Santo es la nueva alianza, el don de la nueva ley. Con agudeza descubre ese vÃnculo san AgustÃn: «¡Gran misterio, hermanos, y digno de admiración! Si os dais cuenta, en el dÃa de Pentecostés (los judÃos) recibieron la ley escrita con el dedo de Dios y en el dÃa de Pentecostés vino el EspÃritu Santo» (Ser. Mai, 158, 4). Y un Padre de Oriente, Severiano de Gabala, afirma: «Era conveniente que en el mismo dÃa en que fue dada la ley antigua, se diera también la gracia del EspÃritu Santo» (Cat. in Act. Apost., 2, 1).
3. Asà se cumplió la promesa hecha a los padres. En el profeta JeremÃas leemos: «Ésta será la alianza que yo pacte con la casa de Israel, después de aquellos dÃas, dice el Señor: pondré mi ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré» (Jr 31, 33). Y en el profeta Ezequiel: «Os daré un corazón nuevo; infundiré en vosotros un espÃritu nuevo quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espÃritu en vosotros y haré que viváis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis leyes» (Ez 36, 26-27).
¿De qué modo el EspÃritu Santo constituye la alianza nueva y eterna? Borrando el pecado y derramando en el corazón del hombre el amor de Dios: «La ley del EspÃritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de la muerte» (Rm 8, 2). La ley mosaica señalaba deberes, pero no podÃa cambiar el corazón del hombre. HacÃa falta un corazón nuevo, y eso es precisamente lo que Dios nos ofrece en virtud de la redención llevada a cabo por Jesús. El Padre nos quita nuestro corazón de piedra y nos a un corazón de carne, como el de Cristo, animado por el EspÃritu Santo, que nos impulsa a actuar por amor (cf. Rm 5, 5). Sobre la base de este don se instituye la nueva alianza entre Dios y la humanidad. Santo Tomás afirma, con agudeza, que el EspÃritu Santo mismo es la Nueva Alianza, actuando en nosotros el amor, plenitud de la ley (cf. Comment. in 2 Co 3, 6).
4. En Pentecostés viene el EspÃritu Santo y nace la Iglesia. La Iglesia es la comunidad de los que han «nacido de lo alto», «de agua y EspÃritu", como dice el evangelio de san Juan (cf. Jn 3, 3. 5). La comunidad cristiana no es, ante todo, el resultado de la libre decisión de los creyentes; en su origen está primariamente la iniciativa gratuita del amor de Dios, que otorga el don del EspÃritu Santo. La adhesión de la fe a este don de amor es «respuesta» a la gracia, y la misma adhesión es suscitada por la gracia. Asà pues, entre el EspÃritu Santo y la Iglesia existe un vÃnculo profundo e insoluble. A este respecto, dice san Ireneo: «Donde está la Iglesia, ahà está también el EspÃritu de Dios; y donde está el EspÃritu del Señor, ahà está la Iglesia y toda gracia» (Adv. haer., III, 24, 1). Se comprende, entonces, la atrevida expresión de san AgustÃn: «Poseemos el EspÃritu Santo, si amamos a la Iglesia» (In Io., 32, 8).
El relato del acontecimiento de Pentecostés subraya que la Iglesia nace universal: éste es el sentido de la lista de los pueblos —partos, medos, elamitas... (cf. Hch 2, 9-11)— que escuchan el primer anuncio hecho por Pedro. El EspÃritu Santo es donado a todos los hombres, de cualquier raza y nación, y realiza en ellos la nueva unidad del Cuerpo mÃstico de Cristo. San Juan Crisóstomo pone de relieve la comunión llevada a cabo por el EspÃritu Santo, con este ejemplo concreto: «Quien vive en Roma sabe que los habitantes de la India son sus miembros» (In Io., 65, 1: PG 59, 361).
5. Del hecho de que el EspÃritu Santo es «la nueva alianza» deriva que la obra de la tercera Persona de la santÃsima Trinidad consiste en hacer presente al Señor resucitado y con él a Dios Padre. En efecto, el EspÃritu realiza su acción salvÃfica haciendo inmediata la presencia de Dios. En esto consiste la alianza nueva y eterna: Dios ya se ha puesto al alcance de cada uno de nosotros. En cierto sentido, cada uno, «del más chico al más grande» (Jr 31, 34), goza del conocimiento directo del Señor, como leemos en la primera carta de san Juan: «en cuanto a vosotros, la unción que de él habéis recibido permanece en vosotros y no necesitáis que nadie os enseñe. Pero como su unción os enseña acerca de todas las cosas —y es verdadera y no mentirosa— según os enseñó, permaneced en él» (1 Jn 2, 27). Asà se cumple la promesa que hizo Jesús a sus discÃpulos durante la última cena: «El Paráclito, el EspÃritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn 14, 26).
Gracias al EspÃritu Santo, nuestro encuentro con el Señor se lleva a cabo en el entramado ordinario de la existencia filial en el «cara a cara» de la amistad, experimentando a Dios como Padre, Hermano, Amigo y Esposo. Éste es Pentecostés. Esta es la nueva alianza.
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