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S.S. Pío XII, Discurso de S.S. Pío XII a los miembros del Colegium Internationale Neuro- Psycho Pharmacologicum
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2. Las exigencias del orden moral

Después de haber expuesto brevemente los éxitos conseguidos recientemente por la neuro-psicofarmacología, Nos abordamos en esta segunda parte el examen de los principios morales que se aplican especialmente en las situaciones con que os enfrentáis. Mientras vosotros consideráis al hombre como objeto de ciencia, intentando actuar sobre él con todos los medios de que disponéis, con objeto de modificar su comportamiento y de curar sus enfermedades físicas o mentales, Nos lo consideramos aquí como una persona, como un sujeto responsable de sus actos, entregado a un destino que debe cumplir, manteniéndose fiel a su conciencia y a Dios. Por lo tanto, Nos habremos de examinar las normas que determinan la responsabilidad del especialista en neuropsicofarmacología y de quien utilice sus descubrimientos.

El médico escrupuloso siente por instinto la necesidad de apoyarse en una deontología médica y de no contentarse con reglas empíricas. En nuestra alocución del 10 de abril de 1958 al XIII Congreso de la Asociación Internacional de Psicología Aplicada, Nos señalábamos que en América se había publicado un Código de Deontología médica: "Ethical Standards for Psychologists" que se basa en las respuestas de 7.500 miembros de la "American Psychological Association" ( Acta Ap. Sedis, a. 50, 1958 págs.271 y 272). Este código expresa la convicción de los médicos de que existe para los psicólogos, los investigadores y los practicantes un conjunto de normas que no solamente dan orientaciones sino indicaciones imperiosas. Nos estamos convenciendo de que vosotros compartís este punto de vista y de que admitís la existencia de normas que responden a un orden moral objetivo: por otra parte, la observación de este orden no representa de ningún modo un freno o un obstáculo para el ejercicio de vuestra profesión. Nos ocuparemos de ello mas adelante.

Podría parecer superfluo, después de cuanto hemos dicho en la primera parte, hablaros todavía sobre la dignidad de la naturaleza humana. Lo que Nos enfocamos ahora no es el interés sincero, abnegados y generoso que ponéis en los enfermos, sino algo mas profundo todavía. Se trata de la actitud de vuestro "yo" profundo con respecto a la personalidad de los demás hombres. ¿Qué es lo que funda la dignidad del hombre en su valor esencial? ¿Qué posición hay que adoptar con respecto a ella? ¿Debe respetársela? ¿No hay que tenerla en cuenta? ¿Hay que despreciarla?. Todo el que en el ejercicio de su profesión se pone en contacto con la personalidad de otro llegará forzosamente a adoptar una de esas tres actitudes.

Ahora bien, el orden moral exige que se tenga para con demás estima, consideración y respeto. La persona humana, en efecto, es la más noble de todas las criaturas visibles; hecha a "imagen y semejanza del Creador" va hacia El para conocerle y amarle. Además, a través de la Redención se ha insertado en Cristo como miembro de su Cuerpo místico. Todos estos títulos son el fundamento de la dignidad del hombre, cualesquiera que sean su edad y su condición, profesión o su cultura. Incluso si se encuentra tan enfermo en su psiquismo que parece sometido del instinto o incluso caído por bajo de la vida animal, sigue siendo, sin embargo, una persona creada por Dios y destinada a entrar algún día en su posesión inmediata, infinitamente superior por consiguiente al animal más cercano al hombre.

Este hecho regulará la actitud que habréis de tomar con respecto a él. Y en primer lugar habréis de considerar que el hombre ha recibido inmediatamente de su Creador unos derechos que las mismas autoridades públicas tienen la obligación de respetar. Ya en muchas ocasiones Nos lo hemos recordado, especialmente en nuestra alocución del 14 de septiembre de 1952 al primer congreso internacional de Histopatología del sistema nervioso (Disc. y Radiom. t.XIV, 14 septbre. 1952, p. 320- 329). Nos expusimos y discutimos por entonces los tres motivos en que hay que apoyarse para justificar los métodos de investigación y de tratamiento de la medicina moderna: el interés de la ciencia, el del individuo y el de la comunidad. Nos recordamos que si, en general, los actuales esfuerzos de la investigación científica en este campo merecen aprobación, cabe examinar aún, en cada caso particular, si los actos que platean no violan normas morales superiores. El interés de la ciencia, el del individuo y el de la comunidad, no son, en efecto, valores absolutos y no garantizan necesariamente el respeto de todos los demás derechos. Nos volvimos a ocupar de estos mismos puntos ante los miembros del Congreso de Psicología aplicada el 10 de abril de 1958 ;también entonces se trataba de saber si determinados métodos de investigación y de tratamiento eran compatibles con los derechos de la persona que es objeto de los mismos.

Nos contestamos que había que ver si el procedimiento en cuestión respetaba los derechos del interesado y si éste podía conceder su consentimiento. En caso afirmativo, hay que preguntarse si el consentimiento ha sido dado realmente y conforme al derecho natural, si no ha habido error, ignorancia o dolo, si la persona tenia competencia para darlo y, por último, si no viola los derechos de un tercero. Nos pusimos claramente de relieve que este consentimiento no siempre garantiza la licitud moral de una intervención, no obstante la regla de derecho: "voleti non fit iniuria" -'a quien consiente no se le infiere injuria'- (cfr. Acta Ap. Sedis, a 50, 1958 págs. 276-277). No podemos ahora más que repetir la misma cosa, subrayando además que la eficacia médica de un procedimiento no significa necesariamente que esté permitido por la moral.

Para resolver las cuestiones de hecho, en las que el teólogo no tiene competencia directa, ya que dependen de casos particulares y de circunstancias que corresponde a vosotros apreciar, podéis recordar que el hombre tiene derecho a servirse de su cuerpo y de sus facultades superiores, pero no a disponer de todo ello como dueño y señor, ya que todo lo ha recibido de Dios su Creador, de quien continúa dependiendo. Puede ocurrir que al ejercer su derecho de usufructuario, mutile o destruya una parte de sí mismo, porque ello es necesario en bien de todo el organismo. En esto no se arroga derechos divinos, ya que obra solamente para salvaguardar un bien superior, para conservar la vida, por ejemplo. Si el bien del todo justifica entonces el sacrificio de la parte.

Pero a la subordinación de los órganos particulares con respecto al organismo y su finalidad propia, se añade también la del organismo a la finalidad espiritual de la persona misma. Las experiencias médicas físicas o psíquicas pueden, por una parte, llevar consigo ciertos daños para los órganos o funciones pero, por otra parte, puede ocurrir que sean perfectamente lícitas, porque se ajustan al bien de la persona y no rebasan los limites fijados por el Creador al derecho del hombre a disponer de si mismo. Estos principios se aplican evidentemente a las experiencias de psicofarmacología. Y así, Nos hemos podido leer en los documentos que se que se Nos han presentado, el resultado de una experiencia de delirio artificial a la que fueron sometidas treinta personas sanas y veiticuatro enfermos mentales. Esas cincuenta y cuatro personas, ¿dieron su asentimiento a esta experiencia, y la dieron en una forma suficiente y valedera para el derecho natural? Aqui, como en los demás casos, la cuestion de hecho debe ser sometida a serio examen.

La observación de orden moral es la que confiere valor y dignidad a la acción humana, que conserva a la persona su rectitud profunda y la mantiene en el lugar que le corresponde en el conjunto de la creación, es decir, en relación con los seres materiales, con las demás personas y con Dios. Cada cual tiene, por lo tanto, el deber de reconocer y de respetar este orden moral en sí mismo y con respecto a los demás, con el fin de salvaguardar esta rectitud en sí y en los demás. Esta es la obligación que Nos consideramos ahora en el campo de la utilización de los medicamentos psicotropos actualmente tan extendidos.

En nuestra alocución del 24 de febrero de 1957 a la Sociedad itliana de Anestesiología (Dicursos y Radiomensajes, vol. XVIII pág. 793), Nos descartamos ya una objeción que podría formularse basándose en la doctrina católica del sufrimiento. Invocan algunos, en efecto, el ejemplo de Cristo que rechazó el vino mezclado con mirra que se le ofrecía, pretendiendo deducir de ello que el uso de narcóticos o de calmantes no se halla conforme de ningún modo con el ideal de la perfección y del heroísmo cristiano. Nos respondimos por entonces que en principio nada se oponía al empleo de los remedios destinados a calmar o a suprimir el dolor, pero que el renunciar a su uso podía ser y era frecuentamente un signo de heroísmo cristiano. Añadíamos, sin embargo, que sería errado pretender que el dolor sería una condición indispensable de este heroísmo. Por lo que refiere a los narcóticos, pueden aplicarse los mismos principios a su acción sedante del dolor; en cuanto al efecto de supresión de la conciencia, hay que examinar los motivos o consecuencias, intencionales o no. Si no se opone ninguna obligación religiosa o moral y si existen razones serias para utilizarlos, pueden darse incluso a los moribundos, si ellos consienten. La eutanasia, es decir, la voluntad de provocar la muerte, es condenada evidentemente por la moral. Pero si el moribundo accede a ello, está permitido utilizar con moderación narcóticos que mitiguen sus sufrimientos, peroq eu implicarán una muerte más rápida; en este caso, en efecto, la muerte no es querida directamente sino que es inevitable y motivos proporcionados autorizan medidas que apresurarán su venida.

No puede dudarse de que el respeto de las leyes de la conciencia o, si se quiere, de la fe y de la moral, puede dificultar o hacer imposible el ejercicio de vuestra profesión. En la alocución ya citada del 10 de abril de 1958, Nos enumeramos algunas normas que facilitan la solución de las cuestiones de hecho en ciertos casos que interesan a los psicólogos, y parecidas a las quye os afectan (así, por ejemplo, el empleo del "lie-detector", de las drogas psicotropas para los fines del narco análisis, de la hipnosis, etc). Clasificamos entonces en tres grupos las acciones intrínsecamente inmorales, bien porque sus elementos constitutivos se oponen directamente al orden moral, bien porque la persona que obra no tiene el derecho de hacerlo, o bien porque provocan peligros injustificados. Los psicólogos serios, cuya conciencia moral está bien formada, deben poder discernir muy facilmente si las medidas que se proponen tomar forman parte de alguna de esas categorías.

Sabéis también que la utilización sin discernimiento de los medicamentos psicotropos o somatotropos puede llevar a situaciones lamentables y moralmente inadmisibles. En algunas regiones, numerosos de estos medicamentos se encuentran a disposición del público sin ningún control médico, y por otra parte éste no basta, como demuestra la experiencia, para impedir los excesos. Además, algunos Estados manifiestan una tolerancia difícilmente comprensible en relación con ciertas experiencias de laboratorio o con ciertos procedimientos de clínica. No queremos Nos apelar aquí a la autoridad pública, sino a los mismos médicos, y sobre todo a los que gozan de una autoridad particular en su profesión. Nos estamos convencidos, en efecto, de que existe una ética médica natural, fundada en el recto juicio y en el sentido de responsabilidad de los mismos médicos, y Nos hacemos votos porque su influencia se imponga cada vez más.

Nos sentimos, Señores, sincera estimación por vuestros trabajos, por las finalidades que perseguís y por los resultados ya alcanzados. Al examinar los artículos y las obras que se han publicado sobre los temas que os interesan, es fácil ver que prestáis preciosos servicios a la ciencia y a la humanidad; habéis podido ya, como Nos hemos puesto de relieve, mitigar eficazmente muchos sufrimientos, frente a los cuales la medicina se declara impotente, no hace más que tres o cuatro años. Ahora tenéis la posibilidad de devolver la salud mental a los enfermos, que en otro tiempo se consideraban perdidos, y Nos compartimos sinceramente la alegría que esa seguridad os proporciona.

En el estado actual de la investigación científica, no pueden conseguirse progresos rápidos más que gracias a una amplia colaboración de la que por otra parte el actual Congreso nos da una prueba evidente. Es de desear que se extienda no solamente a todos los especialistas de la psicofarmacología, sino también a los psicólogos, a los psiquiatras y a los psicoterapéutas, a todos los que, en una palabra, se ocupan de algún aspecto de las enfermedades mentales.

Si adoptáis con respecto a los valores morales que Nos hemos evocado una actitud positiva basada en la reflexión y en la convicción personas, ejercéis vuestra profesión con la seriedad, la firmeza y la seguridad tranquila que reclama la gravedad de vuestras responsabilidades. Seréis entonces para vuestros enfermos, así como para vuestros colegas, el guía, el consejero, el sostén que ha sabido merecer su confianza y su estima.

Nos deseamos, señores, que la primera reunión del "Collegium Internationale Neuro-psycho Pharmacologicum" dé renovado impulso a los magníficos esfuerzos de los investigadores y de los clínicos, ayudándoles a conseguir nuevas victorias contra estos temibles azotes de la humanidad que son las perturbaciones mentales. ¡Que el Señor acompañe vuestros trabajos con sus gracias! Nos se lo suplicamos ardientemente y os concedemos, en prenda, para vosotros mismos, para vuestras familias y para vuestros colaboradores, nuestra Bendición Apostólica.

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